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El valor sagrado de la respiración



Como occidentales somos muy cerebrales, vivimos planeando futuros o recordando pasados, sin darnos cuenta estamos sumergidos en un sin fin de actividades y pensamientos. Hemos perdido la capacidad de sintonizarnos al hoy, a este instante que llamamos el presente.
Vale la pena hacer alto en el camino y evaluar cómo andamos. Para tal motivo, puede ser que ayuden estas preguntas: ¿Cómo ando en mis relaciones con los demás, con la naturaleza, conmigo mismo y con Dios? ¿Tengo paz? ¿Cuánta serenidad me acompaña para enfrentar las adversidades y los momentos agradables de la vida?
La contemplación tiene que ver con el arte de entrar a los propios adentros y, desde ahí, percibir el presente y la Presencia de quien nos da la vida. Es muy importante aprender a concentrarnos en la respiración, atender los sentidos y evitar ese monólogo obsesivo de pensamientos que ametralla nuestra mente. Es fundamental el silencio y tener una posición corporal que ayude a la contemplación.
Gén 2:7 Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre fue un ser viviente.
Señor, título que denota al creador de las plantas, de los animales y de los seres humanos. Dios nos da la vida. Nosotros somos polvo. Nosotros no somos nada. Dios lo es todo. Él nos da el aliento que nos hace vivir. El aliento es la respiración. Cada vez que inhalamos, es Él quien nos da la vida. Cuando inhalamos, nuestro cuerpo se llena de su Espíritu. Cada vez que exhalamos, podría ser nuestra última exhalación. El que está muerto es el que ya no respira. Así, en cada respiración recibimos el aliento del Espíritu, se nos da la vida de la Gran vida. A su vez, en cada exhalación algo de nosotros muere.
En el ejercicio de respiración, se nos anima a que dejemos que lo caduco saliera a través de cada exhalación, se recomienda hacer tensión en el cuerpo, como si hiciéramos fuerza para sacar el egoísmo, el orgullo, la soberbia, lo que nos hace ser engreídos y todo lo que no ayuda a que seamos buenas personas. Al inhalar nos relajamos, sintiendo el regalo del soplo del Aliento de vida que sana, da paz y sintoniza con Su Presencia. Dios es esa brisa suave que serenamente nos empapa y que está presente en todo lo que ha creado.
Esta aproximación corporal a la Biblia se relaciona de manera extraordinaria con la meditación zen propuesta. A través de una meditación directa, simple y concreta el ejercitante concentra su atención en la manera cómo el aliento de vida va llenando el cuerpo entero, y en especial, la zona bajo el abdomen. La inspiración, así, adquiere una directa correspondencia con la experiencia bíblica de un Dios que nos da a cada momento nueva vida. Dios nos vivifica a través de su aliento como lo hizo con el cuerpo sin vida de Adán (Gn 2,7). Dios nos da a cada momento nueva vida, al modo como resucitó a Jesús. En este sentido, la experiencia del aliento de vida se ilumina con la del Espíritu de una manera muy concreta e interconectada. Somos, cada uno y todos, templos del Espíritu de Dios que nos dona a cada momento el aliento de vida (Ef 2,21-22). El carácter donativo de esta vida se refuerza con la experiencia de ir muriendo en cada exhalación. El cuerpo, sin el aliento de vida, no es sino polvo que regresa a la tierra desde donde fue tomado (Gn 3,19). Es la experiencia que se define como la “gran muerte”,   esa que Jesús ejemplificó de tantas maneras muriendo constantemente a sí mismo. En esta experiencia la postura corporal es muy importante. El cuerpo entero a través de una postura corporal adecuada ya es meditación. Y es que posibilita este ritmo vital que va desde la muerte a la vida, siempre como experiencias de total entrega y dependencia a Dios.

Apuntes de los E.E. predicados por el Padre Kadowaki,
jesuita japonés, especialista en Sagradas Escrituras.

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